DE CUARTEL A SÍMBOLO PATRIO: LA CASA QUE FUE CUNA DE LA INDEPENDENCIA

Declarar la independencia en 1816 fue un acto de enorme coraje. La presión de José de San Martín, la amenaza real de un ejército español a pocos kilómetros, y hasta la propuesta de Belgrano de instaurar una monarquía incaica marcaron una época en la que el país vivía en estado de incertidumbre y peligro constante.

En ese contexto, una mujer de 72 años, doña Francisca Bazán de Laguna, se convirtió en protagonista involuntaria: era la dueña de la casa donde se reuniría el Congreso. La vivienda, construida en 1760, era una residencia señorial con amplios salones, patios, una huerta y dependencias para el servicio. Después de la batalla de Tucumán, el gobierno nacional la alquiló para alojar tropas y como almacén de guerra.

Cuando se eligió Tucumán como sede del Congreso, hubo que derribar una pared de la casa para crear un salón de sesiones. Se refaccionó, se pintó el frente con cal y se usaron tonos de azul prusiano en puertas y ventanas. Mientras tanto, Francisca repetía con orgullo que era un honor tener al Congreso en su hogar.

LA INDEPENDENCIA ENTRE FUEGOS CRUZADOS

El escenario político no podía ser más tenso. En el interior se resistía el centralismo porteño. Se venía de perder en Sipe Sipe y el Alto Perú quedaba fuera del control revolucionario. Las únicas defensas reales eran los Infernales de Güemes y la insistencia de San Martín en que no podía lanzar su campaña libertadora sin una declaración formal de independencia.

Así, el 9 de julio de 1816, a las 15 horas, se votó la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El acta se había redactado el día anterior y, según se cree, sus autores fueron Juan José Paso y José Serrano. El texto se inspiró en la Declaración de Independencia de Estados Unidos.

Dos semanas después, el 19 de julio, se agregó una frase fundamental a pedido del diputado Medrano: además de liberarse del rey español, las provincias también declaraban su emancipación “de toda dominación extranjera”.

UNA MONARQUÍA INCAICA Y UNA IDEA QUE QUEDÓ TRUNCA

En medio de la euforia, Belgrano propuso instaurar una monarquía constitucional encabezada por un descendiente de los Incas, con capital en Cuzco. Su objetivo: sumar a los pueblos originarios a la causa y quebrar la lealtad indígena al ejército español. Incluso hubo celebraciones en el norte ante la idea de que “uno de los suyos” gobernaría.

Pero cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires en 1817, la idea perdió fuerza. Años después, el diputado Anchorena reconoció que la consideraban “ridícula” y que la propuesta de un rey inca era vista con desprecio: “tendríamos que sacarlo borracho y cubierto de andrajos de alguna chichería”, dijo.

Belgrano lamentó siempre que se haya declarado la independencia sin darle un marco constitucional que ordenara el caos.

EL ENIGMA DEL ACTA ORIGINAL

Pasaron 209 años y el acta original sigue desaparecida. Se desconoce si se perdió en el traslado a Buenos Aires, si fue destruida durante los años de Juan Manuel de Rosas, o si simplemente se extravió. Lo cierto es que el 13 de agosto de 1816 se ordenó imprimir 1500 copias en español, 500 en quechua y 500 en aimara, para que circularan por todo el país.

LA CASA DE FRANCISCA Y SU DESTINO

Con el Congreso ya instalado en Buenos Aires, los Laguna volvieron a habitar la casa. Durante años, se alquilaron sus habitaciones, pero con el tiempo entró en ruinas. En 1874 una bisnieta de Francisca vendió la propiedad al Estado. Se demolieron partes importantes y, a pesar de campañas para preservarla, el deterioro avanzó.

Fue gracias a la gestión del presidente Nicolás Avellaneda que se salvó lo que quedaba. En 1941, el arquitecto Mario Buschiazzo la reconstruyó con gran precisión, basándose en fotografías antiguas y cimientos originales. En 1943 se inauguró la casa histórica, con materiales auténticos de la época, rejas, aberturas y baldosas.

Desde entonces, ese lugar donde una vez se improvisó una sala de sesiones, y donde Belgrano conoció a Dolores Helguero —con quien tuvo una hija—, quedó inmortalizado como símbolo del nacimiento de una nación.

Con info de Adrián Pignatelli

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